Antes de continuar desarrollando el tema del Purgatorio quiero dar las gracias a todos los que habéis comentado mi anterior entrada:
Pedro, tienes razón, el purgatorio de Esquivias es más delirante que el que propugna la iglesia católica.
Asun, yo no lo dudo, para mí no existe.
Paco, y lo que le queda a la iglesia católica por reconocer.
Pancho, tengo pendiente de leer el Hereje de Delibes pero, como Pedro nos achucha con Esquivias, tendrá que esperar un poquito y llegada la hora cuento con tu excelente guía.
Manolo, las muelas las necesitamos en este mundo así que a cuidarlas.
Abejita, vas por buen camino, la iglesia aprovechó un filón que apareció en la Edad Media para financiarse.
Cornelivs, otro abrazo para ti.
Aldabra, sin la curiosidad y el dedo pulgar el ser humano estaría perdido (no sé de quien es la frase pero la suscribo).
Myriam, ¿y si estamos viviendo todos en el Purgatorio?. Muy buena tu disertación sobre la judeofobia que respiran los personajes de Esquivias.
Pretendía
leer de gorra el libro "
El nacimiento del Purgatorio" de Jacques Le Goff pero no ha sido posible localizar en internet siquiera algún capítulo del mismo. A pesar de ello la búsqueda no ha resultado infructuosa, he localizado un par de artículos que voy a extractar/comentar. El primero se titula: "
La idea del Purgatorio" de
Ana Luisa Haindl Ugarte, licenciada en Historia, Universidad Gabriela Mistral, 2004 y Master en Estudios Medievales, Universidad de Navarra, 2007.
Según Jacques Le Goff, en el siglo XIII se produce el ‘nacimiento del Purgatorio’. Sin embargo, esto no quiere decir que, antes del siglo XIII, no hubiese existido la noción de un lugar intermedio adonde van aquellas almas ‘no tan buenas’ para ingresar directo al Cielo, y las ‘no tan malas’ como para condenarse eternamente. Una creencia con muchos matices, en cuanto a los tiempos, el lugar físico donde se encontraría el Purgatorio, o las modalidades de esa purificación, aceptada por los cristianos latinos mientras que la iglesia griega defiende la idea de un Cielo y un Infierno, sin medias tintas.
En el siglo XII aparece la palabra purgatorium y, según Le Goff, se habría producido una sensibilidad especial y un cambio de mentalidad desarrollándose una mayor preocupación por la suerte de las almas después de la muerte. Situación reflejada en los testamentos y en el aumento de las oraciones y misas por los difuntos.
San Agustín, considerado por Le Goff como el ‘padre del Purgatorio’,desarrolló algunas nociones acerca de este lugar intermedio: no le asigna lugares físicos ni tiempos determinados y aunque no lo define, al defender la eficacia de los sufragios para la salvación de los difuntos, estará influyendo en la popularización de esta idea.
A partir de las tradiciones populares surge la idea del Purgatorio que recibirá un fuerte impulso gracias a la labor del abad Odilón de Cluny, responsable del establecimiento de la fiesta de los Fieles Difuntos, a principios del siglo XI, no obstante el empujón definitivo lo darán a finales del siglo XIII autores como Jacobo de la Vorágine (a él le debemos la conocida imagen de San Jorge y el dragón, por poner un ejemplo) y Dante Alighieri.
El origen del concepto de Purgatorio se localiza en un texto recogido en la biografía que el monje Jotsuad hizo del abad Odilón. Posteriormente, Pedro Damiano al escribir la vida del abad, también la incluyó. Finalmente, en el siglo XIII, Jacobo de la Vorágine la narra en su Leyenda Dorada. Le Goff concibe estos tres autores como una prueba de la evolución que irá teniendo la idea del Purgatorio, de discutida e indefinida en el siglo XI, a totalmente aceptada, en el XIII. Leamos la que puede ser primera descripción escrita del Purgatorio:
“un monje natural del Rouerge regresaba de Jerusalén. Exactamente en medio del mar que se extiende desde Sicilia a Tesalónica, encontró un viento muy violento que empujó su navío hacia un islote rocoso donde vivía un ermitaño, servidor de Dios. Cuando nuestro hombre vio que el mar se sosegaba, se puso a charlar con él de toda clase de cosas. El hombre de Dios le preguntó que de qué nacionalidad era y él respondió que de Aquitania. Entonces, el hombre de Dios quiso saber si conocía un monasterio que llevaba el nombre de Cluny y al abad del mismo, Odilon. El monje respondió: ‘Lo conozco y muy bien, pero me gustaría saber por qué me haces esa pregunta’ y el otro: ‘Te lo voy a decir, y te conjuro a que nunca olvides lo que vas a oír. No lejos de nosotros se encuentran unos lugares que, por manifiesta voluntad de Dios, lanzan con la mayor violencia un fuego abrasador. Las almas de los pecadores, durante un tiempo determinado, se purgan allí en medio de variados suplicios. Una multitud de demonios está encargada de renovar sin cesar sus tormentos: reanimando las penas día tras día, haciendo cada vez más intolerables los dolores. A veces, yo mismo he escuchado las lamentaciones de estos hombres que se quejaban con vehemencia: la misericordia de Dios permite, en efecto, que las almas de estos condenados se vean libres de sus penas gracias a las plegarias de los monjes y en las limosnas dadas a los pobres en lugares santos. En sus llantos, se dirigen sobre todo a la comunidad de Cluny y a su abad.”
En el siglo XII surgen numerosos escritos que narran experiencias, imaginarias o que se presentan como revelaciones, que describen la suerte del alma en el Purgatorio. La más importante e influyente es la historia de un cisterciense inglés, escrita hacia 1190, que contaba la leyenda de un caballero que entró en el ‘Purgatorio de San Patricio’, situado en una isla del norte de Irlanda, en el Lago Rojo, en una cueva, donde se pasan las penas del Purgatorio y si se resiste una noche, retorna a la tierra completamente purificado y tan asustado, que no vuelve a pecar.
Para Le Goff, en el siglo XIII triunfa esta idea del Purgatorio, aceptándose su existencia como un tiempo donde el alma se purifica de sus pecados antes de ingresar al Cielo. Esto tendrá una importante repercusión en la actitud ante la muerte: cada vez se hará más necesaria la preparación para una buena muerte.
La noción de tiempo es humana y propia de su vida terrenal. Se supone que tras la muerte no existe el tiempo, pero, a pesar de ello, la única forma que tienen los hombres de cuantificar la permanencia en el Purgatorio es medirla en unidades de tiempo. Las oraciones y misas que se hacen por los difuntos, buscaban reducir ese período de purificación que, según los relatos medievales, en general es corto, cuestión de días porque un día allí equivale a un año aquí.
Las indulgencias cobrarán importancia con la aceptación de la idea del Purgatorio, ya que éstas dan la posibilidad de enmendar las penas producidas por los pecados. Una forma de aminorar sus efectos es conseguir la remisión de la pena a través de méritos, como peregrinaciones y donaciones. Una idea formalmente establecida por el Papa Clemente VI en 1343. Un siglo más tarde en el Concilio de Florencia se publicará un decreto aceptando la existencia del Purgatorio en 1439.
Acerca de la obra de Dante podemos observar una particularidad que tiene ésta con respecto a lo que la doctrina está definiendo. Más allá del hecho de asignarle un lugar geográfico concreto (en las antípodas de Jerusalén), cosa que la Iglesia jamás aceptó, el autor de la Divina Comedia asigna a este lugar la función de purgar los siete pecados capitales, idea que no está presente entre los teólogos, quienes hablan de que el purgatorio es para enmendarse de los pecados veniales, un hecho que Dante apenas menciona.
Este comentario pertenece al club de lectura sobre la trilogía basada en la Guerra Civil de Oscar Esquivias que dirige desde La Acequia, Pedro Ojeda Escudero.